Viajar tiene ese condimento fuerte y notorio que es el de devolvernos la capacidad de asombro que tenemos diluida en el día a día.

Viajar es, por poner una metáfora de la vida 2.0, subir al máximo la saturación al editar una foto. Viajar es, en definitiva, mirar todo con ojos nuevos.

Es curiosidad.

Observación.

Intriga.

Admiración.

Encuentro.

Pero por sobre todo, es atención.

Al viajar, uno mira todo con ojos nuevos, con lentes recién desempañados, abiertos a todos los estímulos visuales existentes.

Viajar es una interminable sensación de «primera vez».

Y para mí, esta experiencia se simboliza en el momento en que el cielo se convierte en lienzo de pinceles místicos que trazan pinceladas con acuarelas.

Porque no importa quién seas, dónde estés, con quién te encuentres, ni cómo seas; el atardecer es un fenómeno que nos impacta a todos de formas singulares.

Para mí abarca momentos, lugares, tiempos. Un atardecer es como un frasco de recuerdos.

Así que decidí ordenar algunos de mis frascos con mis propias acuarelas, que aunque no sean las místicas y misteriosas que transforman el cielo, me ayudan a guardar momentos.

Los invito a que piensen en  un atardecer que los haya marcado o impactado, de alguna forma, en algún moment especial. Y que lo documenten; ya sea pintándolo, escribiendolo, imaginándolo, cantándolo… no hay límites para la propia representación.

Sin duda, nuestras almas están teñidas de todas y cada una de las tonalidades de todos y cada uno de los atardeceres que miramos con el corazón.